dilluns, 4 d’octubre del 2010

Manifiesto para una democracia de la tierra

Fragment del llibre "Manifiesto para una democracia de la tierra. Justicia, sostenibilidad y paz", de Vandana Shiva.

Al deteriorar la igualdad, la justicia y la democracia, la globalización alimenta una cultura del miedo que, a su vez, exacerva el fundamentalismo religioso. Ninguna sociedad es inmune a esa desintegración por las líneas de división cultural interna. No es de extrañar que la religión surgiese como forma motivadora del voto en las elecciones indias tras el proceso de liberaliación comercial/reformas de libre mercado impuesto por el Banco Mundial y el FMI en 1991. Y tampoco sorprende que el factor decisivo en las elecciones estadounidenses de 2004 fuese el de los valores religiosos y culturales, por encima de la guerra de Irak o de la economía.

Al mutar identidades de carácter positivo en otras de signo negativo, la globalización está creando e intensificando guerras cultuales. La globalización económica destruye culturas e identidades culturales positivas porque arruina los trabajos y la seguridad laboral de los que la mayoría de personas derivan su conciencia de quienes son. Las identidades ecológicas y económicas están ligadas al arraigamiento en un determinado lugar y en una determinada comunidad. Cuando se destruyen ocupaciones y medios de vida seguros, lo que ocupa el vacío de la pérdida del sentido de uno mismo (o una misma) es una identidad negativa, es decir, una identidad que responde a la pregunta de "¿quién soy? con un "No de los otros". Muchos agricultores estadounidenses y de otros países ya no pueden basar su identidad en la tierra porque las deudas y los embargos los han expulsado de ella.

Estas comunidades desarraigadas son luego manipuladas sobre la base de unas identidades negativas con el fin de crear bancos de votos y un soporte de poder. La democracia se desvía así de la democracia económica debido a una guerra cultural fundada sobre las identidades negativas. Se genera, de ese modo, un círculo vicioso en el que unas culturas y una democracia negativas (una democracia, por cierto, que no es "del pueblo, por el pueblo y para el pueblo", sino "de las empresas, por las empresas y para las grandes empresas") impulsan unas políticas económicas no sostenibles y contrarias a las personas. Los políticos deben ganar las elecciones pero no pueden intervenir en los procesos económicos en nombre de la población que les vota. De ahí que, en lugar de la justicia económica, sean la identidad y la inseguridad culturales y religiosas su principal capital político. Sin democracia económica, la democracia política se convierte en una fuerza de división popular, no de unión. La diversidad cultural y el pluralismo, tejido constitutivo de la democracia, quedan desgarrados por el asalto directo del mercado y de la manipulación de los políticos.

Tenint un sistema com el que tenim, perquè quan parlen de manifestants i els anomenen anti-sistema es dóna per fet que és un insult o despectiu? Tal i com està el pati, és com a mínim un piropo...